ALBERTO GARCÍA
PRÁCTICAS
Al empezar la asignatura de prácticas tenía muy claro dos cosas, una que las quería hacer en International House porque tras hacer su curso de formación de profesores, trabajar para ellos en Donostia, y haberles observado en Barcelona, me parecía una escuela de la que podía aprender una metodología que me atrae mucho. Lo segundo que quería era ir a Sevilla a hacerlas. Me motivaba mucho pasar un par de semanas en Sevilla porque es una ciudad que solo conozco de pasada, y tenía mucha curiosidad por conocerla en profundidad. Estas eran mis principales intenciones al empezar la asignatura. Veía también el período de prácticas como realmente corto. Respecto al enfrentarme a las clases como profesor temía cierta ignorancia o falta de conocimientos de cara a explicar ciertos contenidos lingüísticos. Por ese motivo me preocupaba el hecho de tener alumnos de un nivel alto a los que no supiera dar una respuesta adecuada, o que a mí me pareciera inadecuada o incompleta.
Finalmente, el viaje a Sevilla no ha podido ser por causa de la pandemia. Ya había dado prácticamente por hecho que las prácticas se suspenderían cuando Vicenta se puso en contacto con nosotros para informarnos de que las íbamos a hacer online. En ese momento me quedé un poco en shock porque ya no contaba con ellas, suponían una carga más y tenía la sensación de que nos las habían endosado de cualquier manera para quitárselas de encima. Mi sensación era de: “Bueno, cumpliremos con el trámite y a ver si terminamos con esto de una vez”. Cuento todo esto para entender cómo mis perspectivas respecto a las prácticas cambiaron totalmente. Lo que en principio iba a ser una adaptación durante dos semanas a un centro en Sevilla, compartiendo clases presenciales con un tutor, aprendiendo y poniendo en práctica una enseñanza centrada en un enfoque comunicativo mediante el que aprender a transitar por contenidos para que los alumnos aprendan, se convertía, en mi cabeza, en estar detrás de una pantalla sin saber exactamente qué hacer porque nunca había dado clases online a grupos. Mi principal motivación de estar en IH era la de aprender a transitar de una actividad a otra, de un contenido lingüístico a otro sin que los alumnos se den cuenta, y comprobando cómo funcionan esas transiciones viendo cómo los alumnos aplican lo recién aprendido de una forma fluida, como si de un cuento se tratara, tal y como había visto trabajar a Carmen Soriano en IH Barcelona, o cómo había visto y aprendido en IH Donostia con Rosa Bocos e Iván Vizcaino. Toda esa idea de transitar se fue al garete, y todavía se hundió más cuando, tras ponerme en contacto con Piedad Cuartero Velasco, la que sería mi tutora, me comunicó en nuestra primera videoconferencia que básicamente realizaría observaciones y que haría algunos precalentamientos o alguna actividad de 10 o 15 minutos (lo que ha acabado por no ser así), y que en ningún caso daría una clase completa, por lo que el comienzo de las prácticas empezó, para mí, sintiéndome un sujeto totalmente pasivo delante de una pantalla pensando en tragarme casi 4 horas diarias de clases de español sin yo poder hacer prácticamente nada. Al principio me molestó la situación en la que, erróneamente, pensaba que estaba metido, pero antes de empezar el primer día de prácticas había asumido aquello que pensaba que iba a ser y me relajé mirando el lado positivo y pensando que era mejor así, que solo tendría que observar y que, por lo tanto, tendría menos trabajo. Afortunadamente esa actitud pasiva inicial cambiaría enseguida tras la primera clase.
Ya en la primera clase me di cuenta, de nuevo, de la gran riqueza que es compartir con gente de todo el mundo. Es una suerte. En cuestión de hora y media volví a estar motivado, y todo aquello que había deducido de lo que se me había comunicado se cayó en seguida como un castillo de naipes, y empecé a sentir la sensación olvidada de la adrenalina subiendo cuando tienes que preparar una clase para alumnos de verdad. Empecé a sentir la necesidad de tener que ponerme las pilas y de estar a un nivel de energía que había olvidado. De realizar solamente observaciones a pedirme que planificara una clase. Tras el primer día anduve bloqueado entre aquello que se me había dicho, que básicamente haría observaciones, y aquello que se me pedía en ese momento, que fuera ideando actividades y planificando una clase. A todo ello se mezclaba la dificultad que me suponía trabajar en casa y la incertidumbre de planificar una clase o unas actividades para la clase de otra persona. Finalmente, tras el segundo día cogí las riendas y pude planificar y llevar a cabo clases completas.
Mi predisposición inicial solo permitía dos caminos muy marcados. Uno hacia el desastre más absoluto. Otro hacia la libertad total y el desahogo. Por suerte ha sido el segundo. También es verdad que después de todo el año dándole al Máster, cualquier contacto con una clase de verdad se agradece en demasía. Mis perspectivas al principio eran muy negativas, tanto porque venía de creer que ya no habría prácticas, como por la inmediatez de la propuesta, como por lo que iba previendo por las informaciones que me iba dando mi tutora. Por suerte la realidad del por qué estoy estudiando esto ha podido ante todo lo demás, y mi disfrute y mi placer de dar clases han podido ante tanto desastre.
Hay una cosa que he reflexionado durante las prácticas, y es que uno reflexiona sobre las clases y sobre la gramática cuando se las encuentra delante. En el Máster se nos hace reflexionar desde el principio, como si lo tuviéramos que hacer porque sí, como si no tuviera un motivo o una razón. Tengo la impresión de que eso lo que hace es precisamente quitar valor a la reflexión. Si a uno lo pones a reflexionar sobre suposiciones, acaba aborreciendo la reflexión pensando que no sirve para nada. La reflexión se convierte en tal cuando lo es de algo significativo, de algo “real”, no cuando uno reflexiona sobre algo que “se imagina” que es real. La realidad es insustituible. Con realidad me refiero a cuando hay alumnos que de verdad quieren aprender y un profesor que siente la presión de tener que enseñar. Ahí es donde se puede producir una reflexión. Las clases y los contenidos descontextualizados no sirven para nada. En el Máster se dan las clases con toda la buena intención, estoy convencido de ello, pero no parece que nadie se pare a pensar en nuestras necesidades como futuros profesores. No hemos visto un alumno ni de lejos (bueno, sí, en Islandia…, y ni siquiera), y soy de la idea que es lo primero que se tendría que ver. Vamos a trabajar con alumnos. ¿Dónde están? Aunque solo fuera por motivarnos, aunque solo fuera ver en vídeo las dudas que plantean los alumnos y las situaciones que se crean en una clase. Ya ni siquiera me refiero a contacto directo con alumnos reales, que sería lo ideal. Con tanta tecnología no me parece difícil poder grabar clases que luego sirvan para que los que estudiamos para trabajar de profesores, nos pongamos en situación para hacer las actividades y las reflexiones en clase. En mis prácticas, sin ir más lejos, se han grabado un buen puñado de clases. No me parece lo mismo verlo y/o vivirlo, que leerlo en un papel e imaginar. No trabajamos con seres imaginarios. A mí no me parece tan complicado. Lo que me pone las pilas como profesor es el contacto directo, sea online o no. Para mí, el principal foco de atención en lo que a pedagogía se refiere es el alumno. Él es el protagonista. Si el máster fuera únicamente teórico, en el sentido de pensar sobre, en vez de actuar en, entendería que estuviera desconectado de los procesos reales, pero no es un máster de filosofía o no estamos haciendo antropología de la educación, lo que, si fuera así, yo estaría encantado. Hemos venido para ser profesores y aprender a enfrentarnos a situaciones como las que nos enfrentamos en las prácticas. La reflexión viene luego, después del contacto, no antes.
Por otro lado unas prácticas de solamente 20 horas en un máster de 2 años, prácticamente las mismas que las que hice en el curso de International House de un mes, me parecen insuficientes. Me doy cuenta de que debo ser un alumno insoportable y exigente, pero esos defectos creo que son los que, al mismo tiempo, me ayudan a intentar ser el mejor profesor del mundo. Porque cuando soy alumno, o me lo paso en grande o me parece insorportable, de manera que cuando estoy al otro lado, lo que intento a toda costa es que los demás se lo pasen en grande aprendiendo. Personalmente prefiero un profesor que no me dé tanto contenido, pero que me motive de manera que al acabar la clase yo tenga un mayor interés, que uno que me aburra, me dé todo el contenido perfectamente, pero que al terminar la clase, consiga que quiera olvidarme de lo que supuestamente he aprendido.
Me parece muy interesante el tema del grado de profundidad en la reflexión lingüística. Me parece muy necesario saber usar la Nueva Gramática y acceder a los recursos que aprendemos durante el curso para dar explicación a cualquier vericueto de la lengua, y sumergirse en las diatribas de las reglas y excepciones de la ortografía y la lingüística, pero me parece igual de importante saber dar una respuesta certera y eficaz a los alumnos de ELE, que tampoco esperan de nosotros una reflexión lingüística tan extensa como los análisis de errores que hacemos en el Máster, que por otro lado me parecen geniales. Echo en falta el aprender a responder cuestiones que de cara a alumnos de ELE deben consistir en respuestas sencillas y eficaces.
En definitiva, mi sensación al terminar estas prácticas es muy buena, no solo porque con esto acabo este curso (o eso espero), sino porque las prácticas han discurrido de forma gradual. Siento que se me han respetado mis tiempos de adaptación, y que no se me ha forzado a hacer más que lo que he podido, que, al final, ha sido mucho más de lo que había pensado.